lunes, 8 de marzo de 2010

Un paciente que no deja que la DIABETES, lo deprima


Lleva 20 años con la enfermedad. Ha perdido parte de su pierna izquierda, pero no el optimismo.

Claudia Cecilia Siles G.

Siete meses con buen estado anímico y una salud estable representan todo un logro para Víctor Hugo Heredia, un trabajador ferroviario jubilado que desde hace 20 años vive con la diabetes y que el año pasado tuvo que enfrentar la operación de la que salió con su pierna izquierda amputada más arriba de la rodilla.

Sentado en el patio de su casa, como suele pasar las tardes en compañía de amigos que no le faltan, Víctor Hugo cuenta que ya ha visto a muchos como él que no resisten la vida sin una parte de su cuerpo y se dejan ganar por la depresión. No es su caso. Aunque admite que la experiencia ha sido dura, él prefiere ver las cosas desde otro punto de vista: con pierna o sin ella, tiene un valor humano que no ha quedado anulado. Por eso pide a quienes lo conocen que no lo vean con lástima.

La primera vez que entró en un quirófano fue para que le quitaran el dedo chico del pie izquierdo, que estaba necrosado por falta de circulación sanguínea. Recuerda que todo comenzó con un callo que se sacó dos años antes. La pequeña herida no sanó como se esperaba y más bien comprometió más tejido, de modo que, en la cirugía, los médicos descubrieron que había que cortar también otros dos dedos.

El drama de quien llega a correr estos riesgos, generalmente, no termina ahí, y Víctor Hugo también tuvo que conocer esa realidad. A los dos días de operado, durante una curación, nuevamente descubrieron que su pie estaba sin circulación, entonces se planificó la segunda operación. “El corte ahora iba a ser a la altura de la canilla. Agarré aire y pedí que fuera lo que Dios quiera”, comenta. Cuando salió de la cirugía, buscó tocarse la rodilla, pero sólo entonces supo que el corte tuvo que ser más arriba. “Pedí fuerzas y Dios me dio resignación”, comenta.

Eso sí, pidió que nadie le tenga lástima, y así lo hizo saber a sus amistades. A los cuatro días volvió a su casa, se sacó las vendas y buscó adaptarse a la nueva situación. En vez de muletas, prefirió apoyarse en un aparato ortopédico, conocido como ‘burrito’, y en una silla de ruedas.

Él mismo se prepara su desayuno, porque su esposa sale temprano al trabajo y porque le gusta valerse por sí mismo. Se prepara huevos con ensalada y toma un gran vaso de agua. Además, combina las recetas naturales que, según él, le han dado buenos resultados. Manzanilla, alcornoque, ajo y cebolla resumen la lista básica de productos que prioriza en su dieta. Dice que el ajo y la cebolla purifican la sangre, pero la manzanilla y el té de alcornoque limpian sus riñones.

Víctor Hugo asegura que come de todo, pero nunca hasta quedar lleno. No consume pan de ningún tipo, pero tampoco le hace falta. Además, no come nada por las noches, porque es mejor que despierte con hambre. Ahora también vigila de cerca el comportamiento del azúcar en su sangre para evitar ataques típicos de las personas con diabetes, que hacen que se descompense todo el organismo.

“Ése fue el error que terminó en dos operaciones. Yo sabía que tenía diabetes, pero no me hice chequeos periódicos para detectar el nivel de azúcar elevado”, comenta. Ahora quiere volver a recorrer la Chiquitania, esta vez no como trabajador ferroviario, sino como un chiquitano que dejó hace largos años esas tierras y que quiere volver para disfrutar con la gente de la zona.

Se ha comprado una pierna ortopédica, a la que todavía está tratando de acostumbrarse. “Quiero dominarla, no para correr ni para patear, pero sí para poder movilizarme por todos esos pueblos de Chiquitos”, argumenta. Dice que el diabético tiene que tomarse la vida con tranquilidad. Si se dedica al negocio, asegura que no le va a ir bien, porque si gana mucho se emociona y se le sube el azúcar. Lo mismo si le va mal. Como jubilado que es, tiene un sueldo y se organiza para que rinda todo el mes.

Otro de sus propósitos es ayudar a quien tiene diabetes. “He visto por lo menos 15 de mis amigos ferroviarios que se han ido al cielo amputados y deprimidos. Pero creo que la vida no tiene por qué acabarse, hay que seguir adelante, cuidando la salud y buscando llevar alegría al corazón. Quien quiera conversar sobre esto, sólo necesita visitarme”, afirma. Su casa, en la avenida Rolando de Chazal 4556, en el barrio Guaracachi, está abierta.

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